Cuando los turistas miran a lo lejos y desde la loma la boca de la Cueva del Indio antes de empezar la aventura de recorrerla, el rostro de algunos valientes empieza a cambiar. Tener que lanzarse por un cable y sentir el vacío no parece ser muy agradable. Sin embargo, El Tigre, como se hace llamar uno de los guías más conocidos en el municipio de Páramo, en Santander, trata de que los turistas confíen en que no les pasará nada en el descenso y mucho menos durante las más de dos horas de recorrido dentro del lugar. "En un día normal podemos atender más de 200 personas", dice El Tigre mientras continúa poniéndole el arnés a los que aún no se han decidido a lanzarse por el cable.
La oscuridad que se puede percibir por la boca de la cueva asusta. Más cuando los guías explican que dentro del lugar hay un número importante de murciélagos a los que no se puede molestar. "Recuerden que ellos se metieron en las cuevas para evitar la luz y el ruido, así que no los alumbren con sus linternas y eviten gritar, y hacer ruidos fuertes", aseguran.
A muchos se les pasa por la cabeza que allí no hay suficiente aire o que mientras se internan en ella (ésta cruza por debajo de pueblo El Páramo) y se arrastran por sus recovecos, van a perder el aliento. Pero es más la angustia, porque cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad y al olor del lugar (que es una mezcla entre encierro, tierra y agua), es fácil encontrar su belleza.
Estalactitas aparecen imponentes en el "techo". Entre sombras, uno que otro murciélago que no puede conciliar el sueño revuela al sentir extraños.
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